Una mente brillante… pero incomprendida
Tenía 12 años. Estaba en la cocina con mi mamá, llorando a todo dar, sufriendo profundamente por lo que me había dicho una amiga del colegio: “ya no somos amigas”. Mi mamá, que tenía muchos problemas por aquella época, solo me dijo: “Tranquila, ya vas a tener amigas nuevas”.
En mi mente de niña, eso era imposible. Me había tomado cuatro años conseguir una sola amiga en todo el colegio. Pero para los adultos que me conocían, era impensable que alguien no quisiera ser mi amiga. “Si eres tan inteligente, si ayudas a todos con lo que no entienden… deberías tener a un séquito de niños siguiéndote”, decían.
→ ¿Cómo puede ser alguien tan capaz y tan vulnerable a la vez?
Estereotipos que pesan: el genio frío, el niño máquina, el ‘pequeño adulto’
Ser una alumna con altas capacidades no siempre es una experiencia agradable —especialmente si estás en un colegio “normal” y tus compañeros te hacen la vida imposible por ser diferente.

No era solo que me fuera bien en las pruebas: aprendía a la velocidad del sonido. Lo que escuchaba, quedaba grabado. Lo que leía, lo comprendía y lo podía explicar con mis propias palabras.
Pero cuando los adultos ven a una niña con altas capacidades, muchas veces piensan: es una adulta en miniatura, debe ser super madura, no tiene emociones descontroladas como otros niños. Craso error.
En las infancias con altas capacidades suele haber un desarrollo asincrónico: cognitivamente pueden estar muy adelantados, pero emocionalmente, siguen siendo niños. Así que aquello que para otros es una “tontería” —“me quitó el lápiz”, “me miró feo”, “se comió la última galleta”— también puede sentirse como una montaña. Ahí empieza la brecha: el niño o niña con AACC (altas capacidades, desde ahora) no se siente niño ni grande. No encaja en ningún lado. Se aísla. Y si, además, es autista… ¿qué podría salir mal?
¿Qué hay detrás de una mente 2E?
Una mente doblemente excepcional (2E) puede ser intensamente creativa, rápida y muy sensible. Y también intensamente vulnerable.

Pueden aprender solos, devorar libros en días (o en horas). O no leer, pero investigar, mirar videos, desmontar aparatos. Lo que tienen es hambre de aprender, no necesariamente de estudiar.
Su pensamiento no es lineal: no va de A a B, sino que se ramifica como un árbol, abriendo caminos y conexiones inesperadas. Y en ese bosque mental, también puede asomar la sombra de la ansiedad.
El desafío es que estas infancias, por ser distintas, suelen quedar a medio camino. Demasiado pequeños para que los adultos los tomen en serio. Demasiado distintos para sentirse parte de su grupo. Y si, además, son autistas, tienen atención divergente, o alguna otra neurodivergencia, sus necesidades crecen —aunque no siempre se noten a simple vista.
El sufrimiento invisible: ansiedad, aislamiento, burnout desde la infancia
A veces no tienen amigos. A veces no disfrutan lo que se supone que deberían disfrutar. A veces, simplemente no los entienden.
Y en la escuela, los desafíos continúan. ¿Cómo es posible que una niña con AACC no quiera estudiar? Porque altas capacidades no significa amor por el estudio. Estudiar y aprender no son lo mismo.
Estudiamos para una prueba. Aprendemos cuando algo nos apasiona y nos hace sentido, nos mueve. Aprender transforma. Estudiar, a veces, solo nos agota.

Por eso, un niño con AACC puede tener malas notas, no hacer tareas, o desmotivarse por completo. Y ahí aparecen los juicios: “Es tan inteligente, pero es flojo”.
No es flojo. Quizá no encuentra sentido. O quizás ya aprendió y no necesita repetir. O tal vez su motivación se ha roto a punta de etiquetas, sobreexigencias y comentarios hirientes.
Y también están los niños perfeccionistas: los que dan todo de sí, pero cuando fallan, se derrumban. Y los que aprenden a camuflar: leen mal a propósito, responden con errores, bajan su perfil para encajar. Porque por sobre todo… quieren pertenecer.
Reconocer lo invisible para que florezca lo auténtico
Las altas capacidades, cuando se combinan con otras neurodivergencias, desafían todo lo que creemos saber sobre educación, infancia y desarrollo.

Tener altas capacidades ya convierte a un cerebro en neurodivergente. Pero eso no significa que no necesite apoyo, contención o compañía.
Nuestros niños y niñas con AACC no vinieron a ser ejemplo, ni trofeo, ni modelo de nada. Vinieron a vivir su infancia con plenitud. Y eso incluye cuidar su salud emocional.
Podemos abrir caminos para que desarrollen lo que aman. Pero no con la presión del éxito precoz, ni la exigencia de la perfección. No son promesas de grandeza: son personas completas hoy.
👉 No son mentes que fallan.
Son los entornos los que no saben leer su lenguaje.

Descubre más desde Academia de Neurodiversidad
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.