
En la espesura del bosque tropical o en las aguas tranquilas de ciertos mares, hay criaturas que no corren. No se apuran. No parecen vivir con esa prisa desesperada que domina gran parte del mundo humano.
Los perezosos y las tortugas han sido por mucho tiempo símbolo de lentitud, incluso se les relaciona con la ineficiencia, pero si se observa con atención, hay algo profundamente sabio en su manera de moverse.

No hacen más de lo necesario. No gastan energía en vano. No necesitan ser los primeros para cumplir su propósito. Y, aun así, llegan. Aun así, viven. Aun así, sostienen ecosistemas enteros con su forma de estar en el mundo.
Ir rápido no significa ir mejor
Durante mucho tiempo, la velocidad se ha confundido con capacidad. Ir rápido se ha vinculado al éxito, a la inteligencia, a la eficiencia. Pero esta idea, cuando se convierte en norma, se transforma en una trampa.
Porque no todos podemos —ni deberíamos— ir a la misma velocidad.
Las personas neurodivergentes lo sabemos bien. Muchas veces, pensar, procesar, responder o actuar toma más tiempo. Y no porque falte algo, sino porque hay más cosas ocurriendo al mismo tiempo dentro de nuestra mente: la información la procesamos a diferentes niveles, por tanto, el pensamiento resulta con más capas, más conexiones y más matices. Tomarse tiempo para entender una instrucción, para elegir una palabra o para tomar una decisión no es señal de incapacidad. Es señal de profundidad.
Pero el mundo no espera. El mundo presiona, apura, exige respuestas inmediatas. La era de la inmediatez va causando daño. Claro, porque esa presión —cuando no se comprende ni se adapta al estilo de la persona— genera heridas. La lentitud no es solo cuestión de velocidad: es cuestión de ritmo emocional, de vinculación, y de aprendizaje.

Velocidad versus humanidad
Aun así, vemos demasiado el énfasis de la sociedad en la rapidez: cuando un niño necesita más tiempo para entender un concepto, pero la clase ya pasó a la siguiente unidad, así que tildamos al peque como lento y con “problemas de aprendizaje”; o, cuando una joven autista tarda varios segundos en responder, porque tiene las ideas agolpándose en su mente y necesita ordenarlas primero, pero su silencio se interpreta como desinterés; o, incluso, cuando un adulto siente que no puede mantener el ritmo del entorno laboral, y pregunta a qué debe dar prioridad, pero solo recibe miradas recriminatorias, así que se cuestiona si está roto.
No es la lentitud el problema. Es la impaciencia estructural.
Es la norma invisible que nos dice que solo vale lo que es veloz, la inmediatez o lo que responde ya. Me pregunto cuándo perdimos el aprecio por lo profundo.

Y, sin embargo, algunos nos atrevemos a resistir, a cuestionar la urgencia constante, a valorar las pausas, los procesos más lentos, los tiempos propios. Como los perezosos, que bajan del árbol solo una vez por semana, sin tener que dar explicaciones a nadie por su ritmo de vida. O como las tortugas, que cruzan océanos enteros guiadas por una brújula interna que no entiende de relojes, pero que cumple siempre, justo a su tiempo.
Cada ritmo tiene su función. Cada especie, su cadencia.
En los ecosistemas, la diversidad de ritmos crea equilibrio.
¿Y si nos atrevemos a creer que lo mismo ocurre con la humanidad?
En la variedad está el secreto
Respetar otros tiempos no es un gesto de caridad. Es una forma de convivir.
Es decir: te veo, aunque te muevas diferente.
Te espero, porque sé que lo que traes es valioso.
No necesito que corras, solo que seas.
En Desde la raíz, uno de los ejes que más trabajamos es justamente ese: aprender a acompañar los tiempos diversos. No para acelerar a nadie, sino para comprender, permitir y cuidar. Incluso, entendemos que una misma persona podrá tener ritmos diferentes en momentos diferentes. Y está bien.
Si sientes que este mensaje resuena contigo —como madre, como educadora, como profesional, como persona neurodivergente—, puedes sumarte a nuestra lista de espera.
Allí compartimos reflexiones, recursos y abrimos las puertas cada vez que hay una nueva oportunidad de profundizar en este camino.
Porque la sabiduría también habita en los que no corren.
Y a veces, lo que necesitamos con más urgencia es desacelerar.
Descubre más desde Academia de Neurodiversidad
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.