Hace unos días, publiqué un hilo en Threads, que dice lo siguiente:
Podrá sonar rudo, pero es solo la verdad. A quienes quieren “vencer el autismo”, les hemos dicho hasta el cansancio:
❌ El autismo no es algo que uno se ponga o se saque.
❌ No es una enfermedad, ni un síndrome, ni un trastorno que divida tu vida en un “antes” y un “después”.
✅ El autismo es parte de nuestro ADN, nuestra configuración cerebral, nuestro neurotipo.
Luego, un usuario me respondió, o más bien consultó: “Perdón, pero… ¿por qué no trastorno?”. Y después de algunos mensajes intercambiados, me responde: “Entiendo, a mí me lo enseñaron en la carrera como TEA dentro de los trastornos del neurodesarrollo”.
¿A qué viene esta introducción? Durante años nos han hecho creer que cuando una persona no encaja en la sociedad, el problema está en ella. Que, si un niño no se concentra en clases, algo está mal con él. Que, si una joven autista se desregula en un lugar ruidoso, debería “aprender a adaptarse”. Que, si alguien necesita más tiempo, más pausas o más claridad para procesar la información, está fallando. Y por no adaptarse ni encajar, se le califica con un “trastorno”.
Y así, se nos olvida mirar el ambiente que rodea a la persona.
Nos cuesta pensar que tal vez no es la persona quien necesita cambiar, sino que es el entorno el que debe abrirse a la diferencia.
El modelo que más daño ha hecho (y que aún sobrevive)
Mucho de lo que todavía se enseña en salud y educación parte del llamado modelo médico de la discapacidad, que ve la neurodivergencia como un conjunto de “síntomas”, “déficits” o “trastornos” que deben corregirse o minimizarse. Es más, ni siquiera valoran lo que “neurodiversidad” significa, menos aún tendrán en cuenta que las neurodivergencias existen y siempre han estado entre nosotros.
Desde esa mirada, lo que se espera es que la persona se normalice. Que no moleste. Que no incomode. Que encaje.

Pero ¿y si en lugar de eso, nos animamos a ver la neurodiversidad como una expresión legítima de la humanidad, y no como un error del sistema?
El entorno importa. Mucho más de lo que creemos.
En algún momento de la historia, algunas personas influyentes y poderosas determinaron que la humanidad debía medirse y mantenerse dentro de ciertos estándares para considerarse “normal”. Fueron tiempos difíciles, en que las reglas medían color, estatura, sexo, nivel económico… Luego, apareció el Internet.
Con esto quiero mostrar lo cercanos que estamos a esos tiempos aún, tanto que a muchas personas neurodivergentes se las sigue menospreciando por ser diferentes. Se castiga lo que sale de las reglas (esas mismas impuestas por las pocas personas influyentes y poderosas que ya mencioné).
Antes de ese tiempo, quizá hubo alguna época donde cada ser humano era valioso por ser humano, y aportaba a la sociedad según sus habilidades e intereses, y estaba bien. ¿En qué momento cambió esa mentalidad y comenzamos a discriminarnos, incluso con títulos disfrazados de diagnóstico para no parecer “tan malas personas”?
Y es que hay algo que nunca se nos dice con suficiente fuerza: muchas de las dificultades que enfrentan las personas neurodivergentes no provienen de su forma de ser, sino de cómo el entorno responde a esa forma.
Se nos ve estropeados, rotos o defectuosos, porque hacemos, decimos o pensamos diferente. Pero ¿quién dice que diferente es malo? Cuando se comprenda el valor de esa diferencia, el aporte que entrega a la vida, ese día será cuando las reglas estrictas de una sociedad que teme a lo desconocido vayan a desaparecer.
Por ahora, podemos tratar de pensar desde otro ángulo las cosas, por ejemplo:
🌀 Un espacio puede resultar hostil para algunas personas, mientras parece amigable para otras.
🌀 Una tarea “sencilla” puede ser una trampa si no está pensada desde la diversidad.
🌀 Una intervención puede hacer daño si parte desde la urgencia de normalizar.

Entonces, ¿cómo se ve un entorno verdaderamente inclusivo?
Hablo aún de inclusión porque es el peldaño pendiente de alcanzar, para poder llegar a la verdadera convivencia humana. La inclusión no es algo que se merezca o que se gane. Es lo que se exige en estos tiempos, porque a los diferentes, a los neurodivergentes (entre muchos otros diferentes) se nos observa y aparta, por miedo a lo desconocido.
Se habla de inclusión porque el mundo aún no comprende que, neurodivergentes o no, a todos nos pertenece el mismo planeta, la misma humanidad. En este momento, debemos mendigar un espacio, pedir permiso para levantar nuestra voz. Pero ese no es el objetivo de la inclusión.
No se trata de dar “permisos especiales”. Se trata de diseñar entornos donde la diferencia no sea una barrera, sino un dato de realidad.
✅ Donde se respete el ritmo.
✅ Donde se adapten las formas sin perder el fondo.
✅ Donde el derecho a ser uno mismo no tenga que defenderse cada día.

¿Y si empezamos a mirar distinto?
Este mes quiero invitarte a algo:
👉 A cuestionar lo que te enseñaron sobre el autismo, el TDAH, la dislexia o cualquier otra forma de ser y aprender.
👉 A observar con más atención cómo el entorno —incluido el tuyo— puede estar facilitando o dificultando las experiencias de quienes piensan, sienten o procesan distinto.
👉 A empezar a hacer pequeños cambios. Porque sí, esto también se puede transformar desde lo cotidiano.
Durante mayo seguiré compartiendo reflexiones y recursos para mirar la neurodiversidad desde otro lugar. Atenta, que lo que viene puede hacerte ver muchas cosas con nuevos ojos.
Por ahora, te dejo el post que mencioné al inicio (en mi cuenta de Instagram), y de paso, te invito a seguirme para no perderte las novedades que estaré publicando este mes.
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