No estoy exagerando: así se siente el mundo en mi piel

Hay quienes ven en la oscuridad. Literalmente. ¿Qué me hizo pensar en esto? Quiero contarte un poco sobre el lugar donde vivo.

Hace 3 años, me vine a vivir a una zona rural, alejada de ciudades, luces y ruido. En este sector, he visto una variedad amplia de aves que me encanta observar y fotografiar. Entre esas, se encuentra un amiguito muy particular: el pequén. Es un pequeño búho que habita en gran parte del continente americano, y aquí en Chile es muy cuidado.

Aunque este pequén puede cazar de día y de noche, los que habitan cerca de mi casa prefieren la noche. Me impresionó que pudieran cazar su alimento, aunque aquí hay noches que son tan oscuras como el fondo del mar. Por eso, investigué y aprendí que tienen una vista muy aguda, junto a un oído que le permite escuchar a un nivel que, para muchos, es imposible de alcanzar. Así, tienen las habilidades precisas para lograr sobrevivir en su hábitat.

Por otro lado, al vivir cerca de la costa, también pienso frecuentemente en la fauna marina. Al ver un pulpo en una pescadería del puerto, quise investigar sobre los tipos de pulpo que habitan en la región, y hay uno (Octopus mimus) que es famoso por su capacidad de camuflaje.

Pero los pulpos son más que solo camuflaje, son una sinfonía sensorial. Tienen piel que “ve”, cuerpos que sienten con cada milímetro, y un sistema nervioso fuera de serie. Sus sentidos no están centralizados: son experiencia pura. Son capaces de cambiar de color, textura y forma en segundos, no sólo para camuflarse, sino también para comunicarse.

Cuando sentir de más no es un error

¿Qué aprendemos de esto? Estas criaturas nos recuerdan algo importante: la sensibilidad no es debilidad. Es una forma poderosa y legítima de habitar el mundo. Es una ventaja para la vida. Y, sin embargo, en el mundo humano, eso no siempre se comprende así.

Muchas personas neurodivergentes de todas las edades viven con lo que llamamos hiperpercepción sensorial: sienten el mundo con más intensidad. Perciben luces más brillantes, sonidos más agudos, texturas más invasivas. Notan los cambios sutiles en el tono de voz de alguien, el zumbido de una lámpara que para otros ni suena, la incomodidad de una etiqueta o costura, la alteración en un gesto, el temblor apenas perceptible en una mirada.

Esto, que podría verse como un don de percepción, muchas veces es tratado como un problema. Como si el “radar de lo sensible” fuera una interferencia, y no una sintonía distinta. Como si hubiese algo que corregir.

Desde pequeños, muchos neurodivergentes escuchan frases como:
“No seas tan exagerada”,
“Eso no molesta a nadie más”,
“No puedes estar llorando por eso”,
“Tienes que acostumbrarte”.

Y lo que estas frases transmiten no es solo incomprensión. Es desautorización. Es apagar la propia brújula interna para forzarse a caminar al ritmo de los demás, aunque duela o agote, aunque desoriente. Es lo que se llama gaslighting: decir al otro que lo que vive, siente y sabe no es así, es como se lo dictan para alinearse a lo “normal”.

Normalidad, ¿pero a qué costo?

Imagina que a los búhos se les dijera que su visión nocturna es demasiado intensa. Que a los pulpos se les pidiera que dejaran de cambiar de diseño y colores. Sería absurdo, ¿no? Pero eso es lo que muchas personas viven a diario cuando se las obliga a “normalizar” sus sentidos, sus reacciones, sus formas únicas de experimentar el mundo.

Y no es que esa sensibilidad no implique desafíos. Claro que sí. Sentir tanto puede ser abrumador. Pero el problema no está en sentir: está en que no hay espacio para sentir así.

Lo que falta no es “menos sensibilidad”. Lo que falta son entornos que comprendan, que regulen, que acompañen sin juzgar. Espacios que digan: “Sí, entiendo que eso te afecta. No estás exagerando. Vamos a buscar una forma que te acomode a ti”.

Cuando eso ocurre, algo cambia. Se desbloquea una energía que antes estaba atrapada en la defensa, en la vigilancia, o en el miedo a ser uno mismo. Y entonces florece la creatividad, la empatía y la profundidad.

Porque lo que muchas veces se percibe como debilidad… es en realidad una fuente de conexión con el mundo. De alerta temprana, de belleza escondida, de compasión honda.

Quienes ven lo que otros no, no sólo detectan el ruido: también captan los matices. Notan los gestos de ternura, las miradas cómplices, los silencios que duelen. Son los primeros en consolar, en percibir cuando alguien necesita ayuda, aunque no lo diga. Son los que hilan fino.

Y como los búhos y los pulpos, necesitan espacios adecuados para desplegar sus dones. No para corregirlos. No para hacerlos soportables. Sino para que puedan vivir y brillar en paz.

Abracemos la neurodiversidad

En Desde la raíz, nuestro programa de acompañamiento consciente, nos dedicamos justamente a eso: a construir una mirada profunda sobre las formas diversas de percibir, de pensar y de estar en el mundo. A comprender lo que hay detrás del “no tolera el ruido”, del “se sobrecarga fácil”, del “tiene reacciones intensas”.

Porque detrás de cada sensibilidad hay una historia. Hay un radar en funcionamiento. Hay un lenguaje que vale la pena aprender.

¿Te gustaría explorar estas experiencias con más herramientas y con una comunidad respetuosa? Entonces, te invito a unirte a la lista de espera del programa Desde la raíz. Así estarás entre quienes se enteran primero cuando volvamos a abrir inscripciones. Porque en este mundo acelerado, a veces lo más transformador… es aprender a escuchar lo que apenas se oye. Y a ver lo que otros no ven.


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