Cuando el mundo no está diseñado para ti: la experiencia autista

Imagina esto…

Llegas a una sala donde hay un grupo de personas paradas alrededor de una mesa, cada una haciendo una tarea diferente. Una persona enrolla lana, otra pica papel, otra ordena cubos de madera y otra marca puntos en un mapa. Apenas entras, alguien te recibe y te dice que te incorpores a la actividad, que están trabajando en equipo, pero no te da más información. No te dice qué debes hacer, cuál es tu parte en la actividad, qué materiales te corresponden usar… nada. Y los otros integrantes del “equipo” tampoco te dan indicaciones, solo te miran molestos porque no haces tu parte pronto.

Encuentras algunos objetos en el suelo y los recoges para llevarlos a la mesa. Quizá estén ordenando. Te vuelven a mirar mal y uno lanza un bufido. Dejas los objetos donde estaban. Vas a un estante y tomas unas tijeras, quizá puedas ayudar a quien pica papel. Él te mira y pone los ojos en blanco. Tu ansiedad sube, intentas buscar señales en los demás, pero todo lo que recibes son miradas de frustración. No hay reglas, no hay explicaciones, solo expectativas invisibles que debes adivinar.

Así nos sentimos los autistas en un mundo donde las reglas parecen obvias para todos… menos para nosotros.

Viviendo en un mundo que, al parecer, no nos pertenece

Si eres autista, es probable que esta sensación te sea familiar. Si no lo eres, quizás por primera vez te has puesto en nuestros zapatos. Se nos exige entender dinámicas sociales sin explicaciones, pero cuando pedimos claridad, nos tachan de “exagerados” o “complicados”.

El mundo parece construido para quienes procesan la información de cierta manera: sin instrucciones explícitas, con códigos sociales implícitos y con una gran tolerancia al ruido, la luz y el caos. Pero, ¿qué pasa cuando alguien funciona diferente? La respuesta suele ser rechazo, frustración o incluso acusaciones de falta de esfuerzo.

Ejemplos de cómo el entorno puede ser hostil para personas autistas

Los retos que enfrentamos tienen muchas aristas. Una de ellas es la falta de una especie de “manual de instrucciones” para ciertas situaciones. Para los neurotípicos es fácil acomodarse a distintas realidades, pero para nosotros, tanto autistas como neurodivergentes en general, es una tarea cuesta arriba adivinar qué se espera de nosotros.

Por ejemplo:

  • Desde pequeños nos ponen en una escuela con niños de nuestra edad, pero sin ninguna garantía de que tengamos algo en común con ellos. Socializar no se trata solo de compartir un espacio, se trata de compartir intereses, y eso no siempre sucede de manera natural.
  • En el trabajo, se supone que debemos cumplir con nuestro contrato para recibir nuestro pago. Pero nos piden cosas que nada tienen que ver con nuestro desempeño: reuniones sociales, salidas a comer, actividades fuera del horario laboral “para fortalecer la amistad con los colegas”. Y ahí surgen preguntas: ¿Vengo a trabajar o a hacer amigos? ¿Por qué la productividad se mide por cuánto encajamos socialmente en lugar de por nuestro desempeño real?
  • La sobrecarga sensorial es otra barrera constante. Ruidos, luces fuertes, olores intensos, multitudes… La sociedad parece haber normalizado niveles de estímulo que sobrepasan lo saludable. Que alguien tolere el ruido del tráfico no significa que sea sano para su sistema nervioso estar expuesto a él constantemente.

¿Qué podemos hacer? Estrategias prácticas para la inclusión sensorial en casa, colegios y espacios públicos

Cuando hablamos de realizar algunos ajustes por el bien de las personas autistas, en realidad estamos beneficiando a todos, neurotípicos y neurodivergentes por igual. Disminuir ruidos, cuidar la iluminación, respetar los límites del espacio personal… estos cambios no causan daño a nadie, pero el extremo contrario sí.

Algunas estrategias simples pero efectivas incluyen:

  • En oficinas: Permitir el uso de audífonos con cancelación de ruido, crear espacios tranquilos y evitar la obligatoriedad de eventos sociales.
  • En colegios: Ofrecer zonas de descanso sensorial, ajustar la iluminación, permitir el uso de herramientas como lentes oscuros o auriculares.
  • En casa: Observar qué estímulos desregulan a un niño o adulto autista y hacer pequeños cambios, como reducir ruido ambiental o establecer rutinas predecibles.

No se trata de dar privilegios, sino de emparejar el camino para que todos puedan desarrollarse en igualdad de condiciones.

¿Alguna vez has sentido que el mundo no está diseñado para ti?

Te leo en los comentarios. ¿Cuáles son tus mayores desafíos en un mundo que parece no estar hecho para todos? Juntos podemos iniciar el cambio.


Descubre más desde Academia de Neurodiversidad

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *

Desplazamiento al inicio