Hace unos 15 o 20 años, pensaba en lo distintas que eran mis amigas. No formaban un grupo; eran amigas de distintos espacios, con intereses, personalidades y formas de ver la vida muy disímiles. A veces imaginaba qué pasaría si las reuniera a todas al mismo tiempo. Me respondía siempre lo mismo: se mirarían un momento… y se irían. No tenían casi nada en común. Nada, salvo una cosa: todas eran amigas mías.
Esa idea me inquietaba. ¿Cómo podía tener vínculos tan distintos entre sí? ¿Cómo lograba encajar en tantos mundos que no se tocaban? Con el tiempo entendí la respuesta: me adaptaba. Cambiaba la forma de hablar, los temas de conversación, hasta mi energía. Y aunque no lo sabía del todo en ese entonces, perdía algo importante en cada adaptación. Me alejaba, sin querer, de mi centro, de mi autenticidad. A veces ni siquiera sabía quién era yo realmente, debajo de todas esas versiones diseñadas para caer bien, para encajar.

Esta experiencia, que para muchas personas puede ser una etapa más de la vida, es para otras una constante. Especialmente para quienes somos neurodivergentes, el esfuerzo por adaptarse puede convertirse en una máscara que se usa cada día. Una máscara que duele, que agota, que confunde.
La violencia de la normalización
Encajar suena, a veces, como un verbo amable. ¿Quién no quiere sentirse parte? ¿Quién no quiere pertenecer? Pero lo que muchas veces se esconde tras esa palabra es una forma sutil —o no tanto— de violencia: una exigencia de moldearse a lo que otros esperan. No porque una quiera, sino porque el costo de no hacerlo puede ser el rechazo, la burla, el aislamiento o incluso la pérdida de oportunidades.

Para una persona neurodivergente, esa presión por encajar puede comenzar muy temprano. Desde la infancia se nos enseña, con premios y castigos, a “comportarnos bien”, a “prestar atención”, a “ser más como los demás”. Y con cada intento fallido, el mensaje se repite con más fuerza: así como eres, no basta. Así como eres, estorbas.
La normalización es una maquinaria silenciosa pero poderosa. No grita, pero susurra constantemente que hay una forma correcta de ser, y que esa forma está en otro lugar, lejos de ti. Que si trabajas lo suficiente, si te esfuerzas más, tal vez llegues a parecerte a lo esperado. Pero ese viaje, además de inalcanzable, te aleja de ti.
Resistencia: el acto de no encajar
En un mundo que celebra la uniformidad, resistir es un acto de rebeldía. Sin embargo, no encajar —y decidir no intentarlo más— es, en muchos casos, el primer paso hacia el amor propio. No como una consigna vacía, sino como un proceso complejo, doloroso y valiente de reconexión.

Rechazar la idea de cambiar para ser aceptado no significa renunciar a crecer o a relacionarse con otros. Significa, más bien, elegir con conciencia quiénes somos, qué partes nuestras queremos cuidar, y desde dónde deseamos vincularnos. Significa recuperar el derecho a ser distintos sin tener que pagar un precio por ello.
Y también implica mirar hacia atrás, con ternura, a esa versión de nosotras que se esforzó por encajar. Agradecerle lo que pudo sostener en su momento, y decirle con firmeza: ahora ya no hace falta. Ya no necesitamos sobrevivir a costa de nosotras mismas.
Crear otros espacios posibles
Pero no basta con resistir a nivel individual. También necesitamos construir y proteger espacios donde lo diverso no sea solo tolerado, sino valorado. Espacios donde no haya que explicarse todo el tiempo, donde se escuche antes de juzgar, donde el ritmo, el lenguaje o la sensibilidad no sean causa de exclusión, sino parte del paisaje compartido.
La familia, la escuela, las organizaciones, los equipos de trabajo: todos esos entornos pueden transformarse. No de un día para otro, pero sí paso a paso, cuando quienes los habitamos decidimos mirar lo diferente con curiosidad y respeto.

Una invitación a lo auténtico
Desde la raíz nació como un intento de crear justamente eso: un espacio seguro, amoroso y comprometido con la autenticidad. No es un molde ni una fórmula. Es una comunidad que aprende a mirar las diferencias con nuevos ojos, y a acompañarlas con conciencia.
Si este blog resonó contigo, si alguna parte de ti se cansó de intentar encajar y quiere explorar otros caminos, te invito a sumarte a la lista de espera del programa. Porque resistir también puede ser una forma de sanar, y de volver a casa.
Descubre más desde Academia de Neurodiversidad
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.