Cuando pequeña, frente al edificio donde vivía con mi familia, había un par de enormes eucaliptus, árboles majestuosos y llenos de historia y secretos. Recuerdo la primera noche que escuché un sonido, como un silbido agudo y que no había escuchado antes. Cuando miré al cielo, vi pasar una figura que me asustó: era un murciélago. Luego pasó otro, y otro, y otros más. Vivían en esos eucaliptus y salían de noche a cazar su alimento.
En ese tiempo, mi papá me explicó que los murciélagos no entrarían a nuestra casa, porque no les gustaban las luces. Además, me enseñó que ellos buscaban insectos para alimentarse, que a veces tomaban néctar de las flores, y que durante el día dormían en lo más alto de los árboles que nos rodeaban.
Sin embargo, con el paso de los años, fui viendo cada vez menos a los misteriosos murciélagos. No sé cuándo habrá sido la última vez que escuché su chillido o vi volar alguno entre las sombras. Pero en algún momento de mi infancia, desaparecieron. ¿Qué les pasó?
Desaparecieron del sector porque su hábitat sufrió muchos cambios: talaron los árboles grandes, porque podían causar problemas con los cables eléctricos; pusieron muchas y potentes luces en las zonas comunes, para evitar robos o accidentes en la penumbra; y había cada vez más ruido, con el tránsito de vehículos, los aviones que pasaban frecuentemente, o los vecinos que subían al máximo el volumen de sus equipos.
Las plagas de insectos fueron haciéndose cada año más llamativas y molestas. También, la falta de plantas se hizo notar más y más. Y yo pensaba en que nos faltaban los murciélagos.

Esta historia no es única. Y tampoco es nueva. Cada vez que el ser humano decide que solo hay una forma válida de habitar el mundo, alguna especie es desplazada, silenciada o exterminada. No porque haga daño, sino porque no “encaja” en su modelo de progreso. Lo mismo sucede hoy con muchas personas neurodivergentes.
Escuchar distinto no debería ser un problema
Los murciélagos no solo vuelan: sostienen ecosistemas enteros con su sonar y su vuelo nocturno. Al desplazarlos, también perdimos control natural de plagas, polinización y equilibrio ambiental. Pero no fue culpa de ellos. Fue nuestra ceguera ante su diferencia y nuestra ignorancia ante el equilibrio de la biodiversidad.

Tampoco es culpa nuestra, de las personas autistas, que un aula nos provoque crisis sensoriales por no estar ajustada a nuestras necesidades, o si una oficina nos sobreestimula y causa desregulaciones emocionales, por no cumplir con expectativas de otros que no se relacionan con lo laboral.
Las personas autistas también aportamos mucho al equilibrio de la neurodiversidad, pero el entorno dejó de escucharnos.
¿A quién te recuerdan estas características?
Te invito a imaginar…
Una criatura que:
- Escucha sonidos que otros no pueden oír.
- Percibe cambios mínimos en temperatura, presión o luz.
- Se comunica con vibraciones, frecuencias invisibles o danza.
- Necesita rutinas y ambientes seguros para no desregularse.
- Aprende observando más que imitando.
- Se abruma fácilmente con la sobreestimulación sensorial.
¿Pensaste en una persona autista? Es comprensible.
Pero hablaba de otras especies: murciélagos, abejas, pulpos, elefantes, delfines. Seres cuya forma de percibir el mundo ha sido ignorada, colonizada o destruida por no adaptarse al estilo humano dominante. Y eso nos dice mucho.
El problema no es la diversidad. Es la uniformidad impuesta.

Lo que hicimos con estos animalitos… ahora se lo hacemos a personas:
- Nos molesta lo que no entendemos.
- Corregimos lo que no se adapta.
- Silenciamos lo que suena distinto.
Y cuando alguien funciona de otra forma, asumimos que está “mal”.
Pero si hubiéramos escuchado más a los murciélagos, quizá no habríamos perdido tanto.
Y si empezamos a escuchar más a las personas neurodivergentes, tal vez recuperemos algo que nos hace falta: la conexión con la vida real, con la raíz de lo humano.

Volver a la raíz
A veces, lo más revolucionario es dejar de forzar la adaptación… y empezar a rediseñar el entorno. Desde la raíz. Desde el respeto por otras formas de percibir, sentir y vivir.
Estoy preparando un espacio para eso. Un lugar donde honramos la diferencia no como diagnóstico, sino como forma legítima de estar en el mundo. Si quieres saber más, visita Desde la raíz y descubre cómo dejar de perder lo más valioso de la vida: la diversidad 🌱.
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